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México Prehispánico (2500 a.C. a 1521 d.C.)[1]



Temática
    1.        Áreas culturales del México prehispánico: Mesoamérica, Aridoamérica, Oasisamérica.
    2.        Horizontes culturales: Preclásico, Clásico, Posclásico.
    3.        Características de la civilización mesoamericana.

Espacio y tiempo en el estudio de la historia prehispánica de México
El estudio y comprensión del desarrollo histórico de la diversidad de pueblos que habitaron el actual territorio mexicano antes de la conquista española, requiere ubicarlos en el espacio y en el tiempo, atendiendo a sus características culturales.
Para ubicarlos en el espacio, Paul Kirchhoff propuso su inclusión dentro de tres grandes áreas culturales: Mesoamérica, Aridoamérica y Oasisamérica.
Para la ubicación en el tiempo de las culturas que se desarrollaron en Mesoamérica se han propuesto tres periodos: Preclásico (2500 a.C.- 200 d.C.) Clásico (200 d.C. - 650/900 d.C.) y Posclásico (650/900 d.C. - 1521 d.C.). Sin embargo, no se ha establecido una periodización semejante para Aridoamérica y Oasisamérica, por lo que el desarrollo de los pueblos que ocuparon estas dos áreas, puede ser entendido en referencia a esos tres periodos en que se ha dividido el tiempo mesoamericano.

Aridoamérica
Esta área cultural estuvo habitada por grupos de recolectores-cazadores, pescadores y agricultores ocasionales, que ocuparon las regiones semidesérticas y desérticas que se extienden en la mitad norte del actual territorio mexicano.

Geográficamente, Aridoamérica ocupaba territorios de los actuales estados de Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León y Baja California; y, parte de Querétaro, Guanajuato, Chihuahua y Sonora, extendiéndose por el norte a diversos territorios de los Estados Unidos. Se caracterizaba por sus amplias planicies, su aridez, su clima seco, sus suelos duros, la escasez de agua y una vegetación raquítica, salvo en algunos oasis y en zonas costeras y ribereñas en donde se encontraron campos propicios para el cultivo que fueron aprovechados por algunos grupos agricultores.

Los animales no eran muy abundantes, los granos y las frutas silvestres escaseaban, por lo que los grupos humanos que la habitaron tenían que moverse continuamente en busca de alimento.
Se han encontrado diferencias culturales entre los grupos que habitaron esta área, por lo que se les ha clasificado en tres subáreas dentro del territorio mexicano:
1)    Baja California. Habitada en su parte sur por grupos como los pericúes, guaicuras y guachitis; y en el norte por los kumiás, diegueños, kiliwas y nakipas.
2)    Costa de Sonora. En ella habitaron los seris, los pápagos, yaquis, mayos y pimas (navegantes, pescadores y cazadores).
3)    Norte de México. Comprende los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato y el noreste de Chihuahua.  Los grupos de recolectores-cazadores que la habitaron fueron identificados por los agricultores mesoamericanos como “chichimecas”, entre los que se encontraban los guachichiles, guamares, guaxabanes, pames, zacatecos, coahuiltecos, conchos, laguneros, rayados, jumanos, cocas, etc.

Los orígenes de los pueblos aridoamericanos iniciaron 20 000 años atrás, con la milenaria existencia de la caza-recolección y pesca como formas de vida, sin cambios demasiado significativos, en un territorio en que la práctica agrícola resultaba casi imposible.
Las comunidades de recolectores-cazadores no contaron con lugares fijos de residencia. La mayoría de ellos utilizaron como habitación cuevas y agujeros naturales en las montañas. Los pocos grupos agricultores que vivieron en Aridoamérica durante el periodo Posclásico, construyeron chozas muy rústicas hechas con paja y lodo que colocaban al abrigo de árboles o en las salientes pedregosas de un cañón. Si tenían alguna piel de animal la usaban como cama, si no, dormían en el suelo con un poco de heno o zacate como almohada.
Estos hombres del desierto obtenían casi todos sus alimentos de las labores de recolección, caza y pesca. Gustaron y aprovecharon especies de la región como mezquites, nopales, tunas, agaves, yucas, nueces, bellotas y algunos tubérculos.
Cazaron venados, liebres, conejos, víboras, gatos monteses y tuzas; capturaron ardillas, ranas, gusanos y ratones; pescaron, cuando era posible, diferentes especies que ofrecían sus costas y algunas lagunas. Los grupos de agricultores complementaban su dieta con algo de maíz, calabaza y una especie de frijol rojo. Para realizar dichas actividades utilizaron varas aguzadas para excavar, piedras punzocortantes, hachas de mano, propulsores de dardos, martillos de piedra. Desde el año 2000 a.C. comenzaron a utilizar el arco y las flechas en cuyo manejo se volvieron muy diestros. Más tarde introdujeron su uso a Mesoamérica.
Conocieron y dominaron el tejido de algunas fibras vegetales con las que fabricaban redes y cestos; algunos conocieron el trabajo de plumería y las técnicas de tallar y pulir piedras que eran utilizadas como instrumentos de trabajo, de molienda o como adornos. Comercialmente llevaban pieles, turquesa y peyote a Mesoamérica, que cambiaban por granos, cerámica, textiles, metales y adornos.
Los grupos aridoamericanos vivían como comunidades igualitarias, con base en una división simple del trabajo por sexo y por edad. No hubo ni individuos ni grupos que se impusieran al resto de la comunidad para obtener beneficios personales. Los grupos chichimecas hicieron de la guerra una actividad importante, ya que era necesaria la obtención de nuevos territorios, o la defensa del propio, como fuentes proveedoras de recursos para la vida.
Concertaban para tal fin alianzas y confederaciones que se deshacían al finalizar las contiendas. Los caudillos o líderes se encargaban de dirigir al grupo en momentos de lucha, siendo otorgado ese cargo a quienes destacaba por su valor, fuerza y habilidad. Los chamanes, especialistas en el manejo de lo mágico-religiosos, tenían un prestigio y cierto poder sobre el grupo, pero no riquezas. 
La desnudez fue una característica común entre estos pueblos, aunque confeccionaron vestimentas con pieles de animales y fibras vegetales. Los hombres cubrían sus genitales con hierbas o pieles; las mujeres usaban de la cintura a las rodillas un faldellín de hierbas o de piel que en ocasiones adornaban con frutas secas, caracoles y dientes de animal. Hombres y mujeres se adornaban con aretes y collares.
Los aridoamericanos rendían culto al sol, la luna, las estrellas, los montes, las cuevas, las fuentes, los ríos y a ciertos árboles y animales. En sus rituales la sangre tenía un valor preciado, al igual que el uso de algunos alucinógenos. Creían en la hechicería, en la magia y en la vida después de la muerte. Incineraban a sus muertos.

Oasisamérica
Se ubica como un oasis verde dentro del extenso territorio aridoamericano, abarcando la mitad suroeste de Chihuahua, la sureste de Sonora y parte de Baja California norte, adentrándose en territorio estadounidense. En esta región había humedad suficiente para el cultivo, generada por ríos no muy caudalosos que bajan de la Sierra Madre Occidental.
Fue ocupada alrededor del 500 a.C. por grupos de agricultores que sin dejar de recolectar y cazar fueron practicando cada vez más la agricultura en las tierras fértiles, aprovechando también las pocas lluvias con obras de riego. Entre estos grupos se encuentran los cahitas, tarahumaras, ópatas y yumanos del río.
Los pueblos oasisamericanos tuvieron en un principio (500 a.C.) una organización tribal igualitaria; pero entre 1000 y1500 d.C. se convirtieron en una sociedad estratificada. Un grupo de líderes se unió con los sacerdotes de la comunidad, imponiéndose a ésta a través del poder que les daba el control del agua, tan valiosa en una región semidesértica. El excedente productivo proveniente de la agricultura permitió la existencia de otras ocupaciones: sacerdotes, guerreros, comerciantes, artesanos, curanderos y, una élite política gobernante.
En Oasisamérica se levantaron complejos habitacionales compuestos por plazas, bodegas de almacenamiento, torres de vigilancia y casas de hasta seis pisos y varios cuartos que albergaban a más de 700 individuos. Los centros o pueblos más importantes fueron Paquimé, Cuarenta Casas, El Potrero y Cueva Grande.
A través de contactos comerciales con Mesoamérica recibieron su influencia cultural, como lo muestra la práctica del juego de pelota. Crearon una fina cerámica; construyeron una amplia red de caminos; comerciaron con algunos centros mesoamericanos; dominaron el trabajo de metales como el cobre.
Sus creencias religiosas eran semejantes a las mesoamericanas. Creían que el cosmos estaba dividido en tres niveles: Cielos, tierra e inframundo; y que los hombres habían sido creados por los dioses en varios intentos. Pensaban que cada pueblo había salido del inframundo por un orificio o cueva llamada Kiva. El sol y el agua tuvieron un papel central en sus creencias y rituales, al igual que las aves y la serpiente, siendo esta última un símbolo portador de agua. Practicaron rituales funerarios con enterramientos individuales y múltiples, ubicados muchas veces en cámaras subterráneas bajo sus casas multifamiliares.

Mesoamérica
El término Mesoamérica se ha utilizado para distinguir al conjunto de sociedades indígenas agricultoras que habitaron la mitad sur del actual territorio nacional y parte de Centro América. Según la delimitación geográfica propuesta por Kirchhoff, su frontera norte corría desde la desembocadura del Río Pánuco en el Golfo de México, hasta la de los ríos Santiago y Fuerte en el Océano Pacífico; cayendo en el centro en forma de una inmensa “U” por la región guanajuatense del Río Lerma. Su frontera sur llegaba hasta el actual territorio de Nicaragua.
Esta área cultural coincidía geográficamente con una región de tierras fértiles propicias para la agricultura, que comprendía diversas alturas y climas; valles, altiplanicies, bosques, selvas, costas, zonas áridas y un rico conjunto hidrológico. Tal diversidad de regiones y climas, con gran variedad de materiales, plantas y animales, permitió el desarrollo de una diversidad cultural entre las sociedades que la habitaron, las cuales enriquecieron con sus aportaciones particulares la formación de una civilización, de un modo de vida. Atendiendo a las características culturales particulares de los grupos que ocuparon esas distintas regiones, se ha dividido a Mésoamérica para un estudio más detallado en cinco subáreas:  
1)    Altiplano central. Abarcaba los actuales estados de Puebla, Tlaxcala, Morelos, Hidalgo, Estado de México y Distrito Federal. Florecieron en él centros como Cuicuilco, Tlatilco, Tlapacoya, Teotihucan, Cholula, Xochicalco, Cacaxtla, Tula, Tenayuca, Azcapotzalco, Tlaxcala, Texco y Tenochtitlan.

2)    Costa del Golfo. Comprendía una franja costera muy fértil que va del Río Grijalba en Tabasco, hasta el Río Soto la Marina en Tamaulipas. Fue ocupada por culturas como la olmeca, la totonaca y la huasteca, constructores de centros como La Venta, El Tajín, Zempoala, etc.

3)    Área Oaxaqueña. Ubicada en el actual estado de Oaxaca y parte del estado de Guerrero, esta subárea albergó a grupos como los zapotecas, constructores de Monte Albán; y a los mixtecos, constructores de Mitla.

4)    Área Maya. Incluía parte de Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Chiapas, en suelo mexicano; extendiéndose hasta Guatemala y El Salvador. Florecieron en ella gran cantidad de centros como Uxmal, Yaxchilán, Palenque, Edzná, Mayapán, Tulúm, Chichén Itzá, etc.

5)    Área de Occidente. Se extendía por los actuales estados de Sinaloa, Nayarit, Colima, Jalisco, Michoacán y parte de Guanajuato y Guerrero. Algunos focos culturales fueron Guasave, Chupícuaro, Tzintzuntzan, Apatzingan, etc.

Esta diversidad regional de culturas compartía, sin embargo, características comunes, entre las que se encuentran: el cultivo del maíz; una alimentación basada en maíz, frijol, calabaza y chile; una concepción del cosmos semejante; el uso de la coa o bastón plantador; la construcción de pirámides escalonadas; el juego de pelota; una escritura ideográfica y pictográfica; elaboración de códices; calendarios agrícolas-religiosos; el uso del cacao como moneda; el culto al sol, el sacrificio humano como ritual, etc.

Características de la civilización mesoamericana

Se entiende por civilización a un largo proceso de desarrollo histórico a través del cual, un conjunto de sociedades humanas que viven en un espacio determinado van construyendo poco a poco, a través del tiempo, un modo de vida común que permite a los hombres que lo comparten ubicarse, pensar y actuar en el mundo con coherencia y sentido con base en él.

Caben en este modo de vida o marco de referencia las formas de organización política, económica y social; las creencias religiosas; la imagen que se tiene del mundo o cosmovisión; las costumbres; el desarrollo científico y técnico; etc.

La civilización mesoamericana que comenzó a desarrollarse a partir del año 2500 a. C. y que perduró hasta el momento de la conquista española en 1521 d. C., fue el resultado de una larga historia compartida por un gran número de sociedades. Algunas desaparecieron, otras permanecieron y algunas otras surgieron, pero todas ellas conservaron y transmitieron a través de miles de años, sus características culturales más peculiares y originales. El estudio de la civilización mesoamericana resulta importante para nosotros porque en ella se encuentran las raíces más profundas de nuestra historia, y porque muchos de sus rasgos, pese a la conquista española, permanecen vivos hasta la actualidad, sobre todo entre las comunidades indígenas contemporáneas.

Los hombres del México antiguo –también llamado prehispánico-, se fueron ubicando dentro de la variedad geográfica que presentaba el actual territorio nacional. Los que ocuparon las regiones del sur (Mesoamérica), mejor dotados que otros de recursos naturales, resolvieron con más éxito su existencia: practicaron la agricultura; tuvieron una vida sedentaria que llegó  a ser urbana; crecieron en número; y, alcanzaron una organización compleja. Los grupos que ocuparon los territorios más pobres del norte (Aridoamérica) continuaron practicando la caza-recolección y llevaron una vida seminómada, con formas de organización más sencillas. Aunque esto implicó diferencias culturales entre los grupos que habitaron ambos espacios, no significó aislamiento ni falta de relación entre ellos. La experiencia de los cazadores-recolectores norteños no fue ajena a los agricultores del sur y viceversa.
La práctica de la agricultura como fuente principal de subsistencia y la sedentarización de los grupos que comenzaron a practicarla en la mitad sur del actual territorio mexicano, fueron la primera manifestación del desarrollo de esta civilización. Hacia el año 2500 a.C. la agricultura era ya una actividad permanente. La caza-recolección no desapareció en Mesoamérica, sólo disminuyó su importancia frente al aumento de alimentos de carácter agrícola.

A través del trabajo agrícola el antiguo poblador de México estableció una estrecha y armónica relación con la naturaleza. Su sobrevivencia no sólo dependía de un profundo conocimiento sobre ésta y de un trabajo respetuoso con técnicas y prácticas cada vez mejores, sino también del entendimiento y acatamiento de un orden cósmico en el que, creía, no sólo actuaban las fuerzas humanas sino también las divinas. El hombre se pensaba creado por los dioses y se asumía como su colaborador en el mantenimiento del orden universal a través de su vida, su muerte, su trabajo y sus ofrendas. El individuo se sentía incapaz de desligar su vida de la de su comunidad, a riesgo de quedar indefenso frente a terribles fuerzas naturales y sobrenaturales. Por lo tanto, el sentimiento de colectividad fue muy arraigado en esta civilización. Lo colectivo se manifestaba a través de la familia, el linaje, el barrio, el pueblo, el grupo. Colectiva fue la posesión de la tierra, la organización del trabajo, la celebración religiosa y el pago de tributo. Las bases fundamentales de la cohesión grupal se encontraban en un origen común, un antepasado común, un lugar de procedencia común, y, en la existencia de una fuerza vital y un destino también común de cada pueblo.

 Al asentarse en lugares fijos, las sociedades agricultoras se apropiaron de los diversos espacios geográficos adaptándose a ellos y adaptándolos de acuerdo a sus necesidades. Ubicaron en ellos lugares de caza y campos de labor; construyeron caminos, presas y canales; levantaron chozas humildes que formaron aldeas, y, posteriormente, enormes construcciones arquitectónicas –con palacios y templos- en centros ceremoniales y ciudades sagradas. Ordenaron al universo en cuatro rumbos y un centro cósmico.
Cosmovisión, religión, política, sociedad y economía, estuvieron íntimamente entrelazadas dentro de esta civilización, por lo que, con frecuencia, las relaciones de fondo económico y político se resolvían en el ámbito religioso. Por ejemplo, los abusos de los pueblos y las clases poderosas eran justificados por su función de mantener el orden cósmico y de satisfacer las voluntades divinas.
Son estos algunos de los rasgos que caracterizaron a la civilización mesoamericana y que fueron comunes a las diversas sociedades que la constituyeron. En el desarrollo histórico que se presenta a continuación se explican de manera más detallada.

Preclásico (2500 a.C.- 200 d.C.)
El periodo Preclásico puede dividirse en dos etapas: la aldeana y la de los centros ceremoniales. En él se sentaron las bases y los rasgos que caracterizaron a toda la posterior historia de la civilización mesoamericana. Hacia el 2500 a.C., la agricultura comenzó a practicarse como actividad central de la organización económica de dicha civilización. Entre los años 2500 y 1200 a.C., numerosas comunidades que ocupaban los fértiles territorios mesoamericanos habían logrado ya un dominio sobre esta actividad, practicándola primero de manera combinada con la caza-recolección, hasta desarrollarla después como forma principal de producción alimenticia. Sus cultivos principales fueron diversas especies de maíz, fríjol, calabaza y chile; amaranto, aguacate, jitomate, maguey, nopal, zapote, etc.
La agricultura dio mayor seguridad alimentaria a la vida de aquellas comunidades, afianzó el sedentarismo, facilitó el crecimiento de la población, y, permitió el desarrollo de aldeas permanentes y autosuficientes. Estas aldeas que podían ser grandes o pequeñas, dispersas o concentradas, se establecieron en las orillas de lagos y ríos, en las laderas de los cerros y en las costas.
Los aldeanos poseían la tierra colectivamente, teniendo a su disposición una amplia área para sus cultivos, para cazar, recolectar y obtener leña. La agricultura era practicada en este periodo mediante los sistemas de humedad y roza en terrenos boscosos que aclaraban talando y quemando árboles. Para sembrar, los aldeanos usaron la coa o bastón plantador, cuyo uso continuó durante todo el periodo prehispánico. Para lograr mayores cosechas aplicaron todos los conocimientos acumulados hasta el momento para reconocer las características de los suelos, cultivar cada especie de acuerdo a sus características, conocer los tiempos adecuados de siembra y cosecha, combatir plagas, realizar rituales propiciatorios, etc., lo cual  pronto produjo un excedente. El trabajo agrícola fue adquiriendo el sentido de un vínculo de reciprocidad entre el hombre y la naturaleza a la que conocían y respetaban profundamente.
El cultivo de plantas se desarrolló al lado de otras actividades que no fueron propiamente las de cultivar la tierra. La agricultura -complementada con la caza, la pesca, la recolección y la crianza de algunos animales domésticos-, se entrelazó con actividades artesanales como la alfarería, la cerámica, la cestería, la lapidaría, la orfebrería, el tejido, etc., La producción artesanal fue diferenciando poco a poco estas aldeas, sobre todo la cerámica que produjo variedad de objetos con diferentes colores, combinaciones, grabados y dibujos. Sobresalió en esta etapa aldeana la elaboración de figurillas femeninas pequeñas que bien remiten a la existencia de clanes matrilineales o a un culto a la fertilidad. Comenzó el trueque con intercambio de materias primas y productos artesanales regionales.
La vida aldeana conservó muchas características sociales de las comunidades igualitarias, basadas en relaciones familiares de parentesco. Sus pobladores vivían en chozas construidas con varas, ramas, palmas y lodo, muy parecidas entre sí, como muestra de la igualdad social que se vivía dentro de ella. Se conservaba la división del trabajo por sexo y por edad que se aplicaba a la agricultura y a los trabajos artesanales. Compartían el mismo espacio agricultores y artesanos, integrados todos en una comunidad gobernada tal vez por individuos de experiencia, edad, prestigio, y cierto poder político adquirido y afirmado por el desempeño de funciones rituales o por la realización de ciertas obras agrícolas de beneficio colectivo.
La aparición de aldeas agrícolas se dio en bastantes lugares de Mesoamérica. Los arqueólogos han encontrado vestigios de ellas en Tabasco y Veracruz; Puebla, Morelos y Tlaxcala; Guanajuato, Jalisco, Colima, Michoacán y Guerrero; en Oaxaca y en Chiapas.
Para fines del periodo aldeano no sólo aumentaron los pobladores de las aldeas, sino el número de éstas. A medida que la población crecía, requería de espacios más amplios, lo que seguramente ocasionó constantes fricciones con asentamientos vecinos.
Hacia el año 1200 a.C. algunas aldeas crecieron y se desarrollaron más que otras, convirtiéndose en centros de poder rectores de otras aldeas más pequeñas y dispersas a las que cohesionaron y controlaron a través de funciones religiosas, de administración y redistribución de excedentes, y como sitios de producción artesanal e intercambio comercial. En ellas se levantaron grandes construcciones arquitectónicas dedicadas a sus dioses, que señalaban que ahí residían las fuerzas que regían al mundo natural, al sobrenatural y al acontecer humano, a través del poder sacerdotal. A estos nuevos espacios se les conoce como centros ceremoniales.
Para este periodo se había consolidado ya una economía agrícola productora de mayores excedentes, logrados por una intensiva explotación de los recursos naturales; por el mejor aprovechamiento de la humedad de los suelos; y por el control del agua para el cultivo; y, por una mejor organización y división del trabajo. Esto trajo consigo el  aumento de la población; una mayor especialización artesanal; la intensificación del intercambio comercial; el desarrollo del conocimiento calendárico, el numérico y el de la escritura; la aparición de una religión institucionalizada y de una casta sacerdotal asociada a ella que centralizó el poder político, controló los excedentes de producción y mantuvo una sociedad estratificada,  en la cual, los hombres se dividían y ubicaban de manera inamovible en estratos (grupos sociales) definidos por sus trabajos y ocupaciones: gobernantes-sacerdotes, agricultores, artesanos, comerciantes y artistas.
La base de dicha sociedad seguía siendo la familia ampliada y las relaciones de parentesco dentro de ella. Los centros ceremoniales y la casta sacerdotal que los habitaba, eran sostenidos por el tributo en trabajo y en especie que, colectivamente, les pagaba la población de las aldeas.
El poder o gobierno centralizado de esta primera etapa de los centros ceremoniales, denominado cacicazgo, era detentado por un grupo de sacerdotes (o por un solo individuo, como en el caso de los mayas), que se legitimaban ante la comunidad por una pretendida relación de los gobernantes con las fuerzas divinas. A través de las creencias religiosas, los mitos y los rituales, comenzaron a explicar cómo los gobernantes descendían de los dioses y mantenían comunicación con ellos en beneficio de la colectividad. Por ello, el gobernante principal era el responsable de la fertilidad de la tierra y, a menudo, se le representó con los símbolos del dios del maíz. También, se comenzó a fundamentar la posición social superior del gobernante en razón de su pertenencia al linaje (familia) más importante del grupo.
Los primeros centros ceremoniales en Mesoamérica fueron construidos por los olmecas, en ciertos territorios pantanosos de Tabasco: La Venta, San Lorenzo y Tres Zapotes. Pero también surgieron, entre otros, centros como  Cuicuilco, Tlatilco, Chimalhuacán, Xico, El Arbolillo y Zacatenco en el Altiplano Central; Chupícuaro, en Guanajuato; El Opeño y Zinapécuaro en Michoacán; Dainzú y Monte Albán en Oaxaca; Taxco, Iguala y Oxtotitlán, en Guerrero. En el Área Maya florecieron centros como Izapa y Chiapa de Corso en Chiapas; Edzná en Campeche; Dzibilchultún en Yucatán; Cobá en Quintana Roo.
Los olmecas, a los que se les ha denominado cultura madre por ser los iniciadores de muchos de los elementos de la civilización mesoamericana, y por la influencia que ejercieron en el desarrollo de la historia posterior de ésta, fueron los primeros en organizar un gobierno teocrático y una sociedad estratificada.

Construyeron centros ceremoniales como plazas abiertas, con construcciones y basamentos piramidales orientados en torno a un eje. Tallaron enormes altares monolíticos y cabezas colosales; esculpieron lápidas y estelas; rindieron culto a la muerte. Fueron ellos los creadores de la escritura, la numeración y el calendario.

Deificaron al jaguar -animal abundante en la región- al que consideraron ancestro común, por lo que sus características felinas se representaron constantemente en su fino trabajo escultórico. El jade, como el jaguar, fue un elemento simbólico muy importante para esta cultura, pues representaba los poderes de la renovación vegetal, el agua y la vida, por lo que siguió siendo hasta el tiempo de los mexicas la piedra más estimada.

Entre los años 600 a 400 a.C.,  los sitios olmecas vivieron un fenómeno que sería recurrente en la historia mesoamericana: el abandono y destrucción de los centros ceremoniales y, en algunos casos, su reocupación y reconstrucción por los mismos grupos o por otros grupos inmigrantes.  Hacia el año 200 a.C. se sentaron las bases de lo que serían las ciudades del periodo Clásico.

Clásico (200-900 d. C.)
Las sociedades que vivieron durante esta etapa pudieron obtener mayor excedente económico, derivado de una agricultura intensiva y extensiva que contó con la incorporación de nuevas tierras cultivables y mejores sistemas de irrigación. A los tradicionales sistemas de cultivo de roza, se añadieron los cultivos en terrazas, en terrenos de fondo húmedo (las chinampas), y por inundación. Aumentó el cultivo de plantas alimenticias y algunas como el cacao fueron cultivadas con fines de intercambio comercial.
Los hombres de este periodo aprovecharon todo lo que su medio les ofreció: aves, peces y otros animales. El quetzal de las tierras mayas fue un animal simbólico, por lo que sus plumas fueron de gran valor y, al igual que el cacao, funcionaron como moneda. Los animales domésticos seguían siendo el perro y el guajolote. Explotaron y trabajaron todo tipo de piedras y minerales como la obsidiana, el jade, el cuarzo, la arcilla, el tezontle, etc. La sal se convirtió en un importante producto de intercambio comercial.
El aumento de excedentes de producción permitió también la práctica de un comercio intensivo y extensivo que incorporó materias primas, objetos y recursos de otras regiones. Con base en él pudo sostenerse una población de artesanos y comerciantes más amplia y concentrada en centros urbanos o ciudades sagradas que crecieron en torno a centros ceremoniales más grandes, con una arquitectura más monumental y con una más compleja organización política y social.
Estas ciudades sagradas continuaron bajo el poder centralizado de jefes sacerdotes que ejercían las funciones religiosas, el mando militar, la construcción de obras públicas monumentales, la preparación de nuevos dirigentes, las tareas de defensa y extensión de fronteras, la centralización de conocimientos, y, la administración de un territorio en donde convivían numerosos pueblos aldeanos sometidos al pago de tributo colectivo en trabajo y especie. Los gobernantes siguieron presentándose ante su pueblo como descendientes directos de los dioses.
En tanto que zapotecas y mayas centralizaban el poder en manos de un gobernante, en Teotihuacan este poder era ejercido por un grupo de sacerdotes. Estos gobernantes que vestían los símbolos divinos (plumas de quetzal, máscaras de jaguar, etc.) y por cuya boca, se decía, hablaban los dioses, afianzaron la idea de que el orden social era un reflejo del orden universal. Los sacerdotes gobernantes eran los responsables de tal equilibrio. Un régimen político de tal naturaleza ha sido denominado teocrático, pues en él se fundían el poder gubernativo y la autoridad religiosa.
La nueva vida urbana hizo más compleja la división estratificada de la sociedad: aumentó la separación entre agricultores y artesanos; mantuvo la jerarquía de las élites gobernantes sobre el resto de la comunidad; incorporó a los estratos sociales locales a grupos de artesanos y comerciantes extranjeros. Además, fortaleció la jerarquización regional en cuya cúspide se encontraba la ciudad rectora, y por debajo de ella, las cada vez más numerosas comunidades aldeanas que la sostenían con su tributo. 
Los centros urbanos dividían a sus pobladores en espacios que alojaban a dirigentes y subordinados. Contaron con dos tipos de conjuntos constructivos separados: por un lado, se encontraban los templos y las habitaciones sacerdotales junto a las cuales estaban las de una incipiente nobleza. Había una plaza para el mercado, a cuyo alrededor se encontraban las casas más modestas de comerciantes y artesanos. El común del pueblo agricultor seguía viviendo en aldeas, cercanas o alejadas de la ciudad, en sus tradicionales chozas de barro y palma. En Mesoamérica cada ciudad sagrada fue única y con características particulares, pero todos repitieron los mismos patrones constructivos y estuvieron orientados hacia un extremo cósmico.
Teotihuacan es el mejor ejemplo de desarrollo urbano en el Altiplano Central de Mesoamérica. Fue no sólo la ciudad más grande, majestuosa y ordenada del área mesoamericana, sino una de las que ejercieron mayor influencia cultural dentro  y fuera de ella.
Como centro religioso fue meta de peregrinaciones, pero también fue un activo centro comercial. Sus mercaderes incursionaron por Occidente, la Costa del Golfo, Oaxaca y el Área Maya, llegando hasta Centroamérica y las regiones más norteñas de Aridoamérica. Fue una ciudad abierta, sin murallas ni físicas ni culturales. En ella vivían gentes de otras regiones que hablaban distintas lenguas y que poseían rasgos culturales también distintos, como fue el caso de zapotecas, totonacos y huastecos, por ejemplo.
El trazo de esta ciudad siguió dos ejes: uno norte-sur (Calzada de los muertos) y otro este-oeste. Se distinguían en ella tres zonas: la ceremonial-religiosa; los palacios; y, la zona habitacional. En la ceremonial sobresalían el templo dedicado al sol, el dedicado a la luna y el de Quetzalcoatl. Los palacios, habitados por gobernantes sacerdotes, contaban con patios interiores, pequeños adoratorios y aposentos magníficamente decorados en sus fachadas y columnas, como el de Quetzalpapalotl. La zona habitacional estaba compuesta por barrios populares en donde vivían comerciantes y artesanos según su especialidad. También hubo barrios que albergaron a  los extranjeros. Esta gran urbe contó con un sistema que la proveía de agua. Concentró una población de alrededor de 200 mil habitantes.
La arquitectura teotihuacana fue muestra de una monumental belleza, resaltada por los temas simbólicos esculpidos en sus muros y pintados con brillantes colores. Para los teotihuacanos como para los demás pueblos mesoamericanos, sus majestuosas pirámides-templos (teocallis) eran imitación de la primera montaña que, según sus mitos, se formó cuando fue creado el universo. Su geometría reproducía los tres niveles del cosmos: cielo, tierra e inframundo; y las cuatro esquinas del mundo más su centro cósmico.
Monte Albán, en Oaxaca, fue otro importante centro urbano del Clásico; al igual que Xochicalco, Cacaxtla y Cholula en el Altiplano Central; Tajín en la Costa del Golfo; La Quemada en Occidente; Bonampak, Palenque, Tonina y Uxmal, entre muchos otros, en el Área Maya.
Durante el Clásico, los mayas fueron una de las culturas más desarrolladas y complejas dentro de Mesoamérica. Las ciudades mayas son muestra de notables obras de ingeniería y arquitectura que les permitieron aprovechar el terreno, trazar caminos, levantar fastuosos edificios dentro de un conjunto armonioso de templos, juegos de pelota, palacios provistos de sistema de drenaje y letrinas, utilizando los materiales que su entorno les proporcionaba.
Algunas ciudades fueron adornadas con murales en las paredes de sus templos, representando diversas escenas de ceremonias y guerras, y algunas otras, como Palenque, contaron con tumbas para sus gobernantes. Los conjuntos ceremoniales estuvieron rodeados de miles de casas habitación en donde vivía la población que, con su trabajo, hacía posible la existencia de esas urbes.
Contrariamente con lo que sucedía en otras regiones de Mesoamérica, los mayas no estuvieron cohesionados políticamente bajo un solo mando, sino que se distribuyeron en ciudades-estado independientes, aunque interrelacionadas. Florecieron así ciudades como Aké, Becán, Chicaná, Bonampak, Uxmal, Palenque, Yaxchilán, Cobá, Dzibilchultú, etc., en territorio mexicano; así como Tikal, Petén, Copán, Quiriguá y otras más en Centroamérica.
Los mayas desarrollaron grandes conocimientos matemáticos y astronómicos que aplicaron para medir el tiempo, apoyándose en un sistema de numeración vigesimal. Crearon dos tipos de calendarios: el ritual, de 260 días (13 meses de 20 días); y el civil o solar, compuesto de 365 días (18 meses de 20 días, más 5 días), este último más preciso que el europeo. Conocieron el cero, inventaron la escritura jeroglífica que esculpieron en monumentos, estelas y dinteles conmemorativos, plasmando en ellos relatos históricos de eventos y personajes importantes de cada grupo.


Posclásico (900/1000 – 1521 d.C.)
Como había acontecido anteriormente, alrededor de los años 700 y 900 d.C., la mayoría de los grandes centros urbanos fueron destruidos y abandonados después de experimentar un proceso de desintegración que comenzó en Teotihuacán y Monte Albán, extendiéndose después a las ciudades mayas.
Sin un poder fuerte que les hiciera frente, diversos grupos procedentes de las áridas regiones norteñas penetraron en Mesoamérica, trayendo consigo su cultura guerrera.
Los invasores eran cazadores-recolectores y agricultores empobrecidos identificados como chichimecas, guerreros expertos en el manejo del arco y las flechas, cuyo uso introdujeron a esta región sureña. Sobresalieron entre estas migraciones la encabezada por Mixcoatl, líder de los toltecas; la de Xolotl, fundador de Texcoco; la de las siete tribus nahuatlacas, entre las que venían los aztecas encabezados por Tenoch, fundadores de México-Tenochtitlán e identificados también como mexicas.
Los grupos de agricultores mesoamericanos se abrieron y mezclaron, por voluntad o por fuerza, a los recién llegados grupos norteños. Este nuevo periodo se ha identificado como posclásico, cuya marcada característica militarista era muestra de las fricciones causadas por la constante movilidad y reacomodo de los pueblos, así como por el dominio que los grupos chichimecas recién llegados impusieron sobre las antiguas sociedades de agricultores, sobre sus territorios y sobre sus recursos naturales.
Las antiguas ciudades sagradas fueron remplazadas por numerosas e importantes ciudades-estado, en las que se concentró una población siempre en aumento, que continuaba estratificada socialmente. Estos renovados centros de poder concentraron los tributos provenientes de pueblos y ciudades cada vez más distantes, conquistados y sometidos por el avasallador poder militar de estos señoríos, nuevas sedes políticas, religiosas y comerciales. La casta guerrera gobernante que residía en ellos siguió utilizando a la religión como medio de justificación de su poder y de su carácter bélico, por lo que políticamente se ha caracterizado a esta forma de gobierno como teocracia miliar.
Las nuevas ciudades fundadas entre los siglos IX y XIV  d.C. -en donde se localizaba la sede del gobierno y la residencia de la nobleza gobernante- fueron pródigas en símbolos de guerra, conquista y sacrificios humanos. Tula en Hidalgo, Toniná en Chiapas, Xochicalco en Morelos y El Tajín en Veracruz fueron de los primeros  centros urbanos con estas características. Más tarde surgieron Mitla en Oaxaca; Chichén Itzá en Yucatán; Tzintzuntzan en Michoacán; Texcoco y Tenochtitlán en el Altiplano Central; por mencionar los más sobresalientes en este periodo. En su trazo y edificación conservaron muchos de los elementos urbanísticos, arquitectónicos y escultóricos de los periodos precedentes como: orientación en torno a un eje; recintos ceremoniales en plazas abiertas; construcciones piramidales; edificios públicos; residencias de gobernantes y sacerdotes; campos para el juego de pelota; plazas-mercado; acueductos y desagües; pinturas murales; esculturas; barrios populares de artesanos y comerciantes; etc. Agregaron a ellos elementos asociados a una visión más bélica del mundo como: muros de cráneos; muros de serpientes; piedras gladiatorias; piedras para el sacrificio; figuras de chac-moole; portaestandartes; etc.
A  la cabeza del gobierno teocrático militar de cada señorío, estaba un gobernante supremo llamado tlatoani entre los mexicas, gobernante vitalicio con poder político, judicial, militar y religioso, superior al de cualquier otro funcionario, considerado representante de la divinidad y ejecutor de sus designios. Los más importantes funcionarios, sacerdotes y militares eran los encargados de elegirlo entre la nobleza, siendo indispensable para ocupar este alto mando que el elegido demostrara destreza en las tareas políticas, administrativas, militares y sacerdotales que se le hubiesen confiado.



 El gobernante supremo tomaba el nombre de su cargo según su lengua 
  hablada: Tlatuani entre los mexicas,alach uinic entre los mayas, cazonci entre
  los purépechas (tarascos), etc.




 
 


Los gobiernos teocrático militares del posclásico tuvieron un carácter centralista, pues lo regía todo de forma cada vez más autoritaria y despótica, sometiendo a los pueblos conquistados al pago de tributos, para lo cual era necesario el sostenimiento de una fuerza militar. Por tal razón, se ha caracterizado también a la organización de estas sociedades, en términos económico-político, como despotismo tributario. Estos gobiernos organizaron y supervisaron la construcción de las nuevas ciudades y de grandes obras hidráulicas; controlaron el conocimiento de la naturaleza y de la historia.
Bajo su control se siguieron desarrollando la técnica, la artesanía y la producción agrícola; el comercio enlazó regiones muy distantes y se anidó localmente en mercados populosos como el de Tlatelolco.
La casta guerrera gobernante realizó una práctica política de confederaciones y alianzas entre los señoríos más poderosos, para el dominio de provincias cercanas y distantes. Tal fue el caso, por ejemplo, de las triples alianzas formadas entre Tula, Otumba y Culhuacan; Mayapán, Chichén Itzá y Uxmal; Tzintzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro; y, la de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan.

Cosmovisión y religión en Mesoamérica
Los hombres mesoamericanos actuaron siempre de acuerdo a su cosmovisión, es decir, a la manera en que concibieron al universo (cosmos), a los dioses que lo regían, y, al lugar que se asignaban a sí mismos dentro del mundo y ante sus dioses. La cosmovisión constituyó el corazón de su organización como civilización.
Las concepciones sobre el origen, la estructura y la dinámica del universo surgieron desde el Preclásico y se fueron reconstruyendo a lo largo de toda la historia mesoamericana, mostrando variantes en el tiempo y en cada cultura. Pero las creencias básicas acerca del orden cósmico y de los dioses que lo regían se mantuvieron y compartieron hasta la última etapa de su historia.
El mito fue la forma de pensamiento utilizado por estos hombres para explicar sus orígenes y sus ideas sobre el espacio y el tiempo. El mito no es una mentira. Su validez y eficacia como forma de explicación no radica en que sea demostrable, sino en que sea creído y compartido socialmente. En los mitos mesoamericanos tenían cabida el universo, los dioses, el hombre, así como seres y lugares legendarios.
La característica básica de sus creencias religiosas y de sus dioses es el haber estado estrechamente relacionadas con la práctica de la agricultura y, por tanto, con la tierra, con el agua, con el sol, con la lluvia y con los ciclos del tiempo. Para el periodo final o Posclásico, la religión y los dioses se asociaron también con la guerra y la conquista.
Los dioses
Para los antiguos pobladores de México los dioses eran seres sobrenaturales que vivían en un tiempo infinito. Según sus creencias, habían sido creados por un dios o principio dual (masculino-femenino) que los mexicas llamaron Tonacatecuhtli (Señor) y Tonacacíhuatl (Señora). Había dioses buenos y no tan buenos, que favorecían o dañaban a los hombres.

Eran arrogantes, necesitados de ofrenda, adoración y súplica. Estos dioses tenían virtudes y defectos, como los hombres; podían entender el lenguaje de los hombres; traicionar y no devolver dones; podrían ser a la vez padres amorosos y terribles y, por lo tanto, profundamente amados o temidos. Eran dioses con características precisas y firmes, llevaban un nombre, presidían una fecha calendárica, tenían una historia mítica y una imagen y representación simbólica. Aunque los dioses mesoamericanos tuvieron las mismas atribuciones para las distintas culturas, fueron nombrados de acuerdo a la lengua de cada una de ellas. Tal fue el caso por ejemplo del dios “serpiente emplumada”, llamado Quetzalcoátl, entre las culturas del Altiplano Central (teotihuacanos, toltecas y mexicas) y Kukulcán entre los mayas; el del dios asociado con la lluvia, llamado Tlaloc en nahua;  Chaac en maya; Cocijo en zapoteca; y Dzahui en mixteco. 

Los mesoamericanos creían que los dioses eran la causa oculta de todos lo acontecido. Los fenómenos naturales eran, por lo tanto, resultado de las distintas fuerzas sobrenaturales (divinas) que actuaban sobre el cosmos y llegaban al mundo, pues cada dios regía determinados ámbitos cósmicos. Por ejemplo, entre los nahuas, Tlazoltéotl y Toci eran diosas terrestres y lunares; Tlaloc, dios de la lluvia, regía el ámbito de lo frio; Huehueteotl, era el dios viejo del fuego y protector de la familia.

Entre los numerosos dioses mesoamericanos encontramos a dioses creadores como Quetzalcoátl, de teotihuacanos y nahuas; Hum Nal Ye de los mayas; y Señor 9 Viento de los mixtecos, que con hazañas portentosas crearon a los hombres y a la semilla divina que sería su sustento: el maíz. A dioses principales y patrones de los pueblos como el Huitzilopochtli mexica; el Tezcatlipoca de Texcoco; Curicaueri de los purépechas; y, el Itzmaná de los mayas. Dioses relacionados con la fertilidad y la renovación vegetal como Coatlicue, la diosa de la tierra y madre de Huitzilopochtli; Tlaloc o Chac, dios de la lluvia; y Xipe Tótec, dios de la siembra y la cosecha. Dioses planetarios o estelares como Tonatiuh, el sol de los nahuas; y Kinich Ahau, el sol de los mayas; Coyolxauhqui o Ixchel, la luna para mexicas y mayas. Dioses de la muerte como Mictlantecuhtli mexica y Ah Puch entre los mayas, etc.

No obstante la pluralidad de divinidades, en Mesoamérica se tendió también a la fusión de todos los poderes divinos en un dios supremo y único, como fue el caso de Hunab Ku entre los mayas; Coqui Zoe entre los zapotecos, y Tloque Nahuaque o Moyocoyani de los mexicas.   
La creación y la estructura del cosmos
Para estas sociedades, al principio sólo existía la oscuridad, la inmovilidad y el vacio. El tiempo de las creaciones comenzó, según los antiguos mitos, cuando los dioses al querer ser reconocidos y adorados tuvieron necesidad de crear al mundo y a los hombres. Con su intervención surgieron el sol y la luna que, al comenzar a moverse, dieron lugar al día, la noche y los cuatro rumbos del universo. Una vez creado el mundo, los dioses crearon al hombre.
Se pensaba que antes de la creación definitiva del mundo y los hombres hubo cuatro intentos de creación, cada uno llamado un sol. Seres imperfectos en un principio, los hombres fueron destruidos cuatro veces por catástrofes naturales o por los mismos dioses.
Por eso la última creación, el Quinto Sol, era la muestra de cómo las fuerzas divinas habían triunfado, estableciendo en el mundo un orden, en donde cada cosa y cada ser tendrían su propio lugar y función para mantener dicho orden. Sin embargo, el peligro y miedo a la destrucción de la última creación estaba siempre latente, nutriendo una concepción cíclica del tiempo y de los acontecimientos.
Diversas variantes del mito de creación de los hombres narran cómo éstos fueron creados por un dios y puestos definitivamente en la tierra, pero una coincidencia común y explícita en ellas es la utilización divina del maíz para su formación y sustento.  Quetzalcoátl, dios creador y civilizador por excelencia fue el creador de los hombres y del maíz; lo mismo hicieron Hum Nal Ye para los mayas y el Señor 9 Viento para los mixtecos.
Los pueblos mesoamericanos ordenaron verticalmente al universo en tres niveles: el celeste, el terrestre y el inframundo. A la tierra la imaginaron de forma plana, ordenada en cuatro esquinas o rumbos y un centro cósmico. El primer mapa simbólico del universo con sus distintos niveles, rumbos y símbolos fue creación olmeca.
El nivel celeste, formado por trece cielos, tenía como características el ser caliente, seco, luminoso, masculino, vital, dominio del sol, siendo el águila su animal simbólico. En los primeros niveles se ubicaban los astros y diversos fenómenos naturales; del noveno nivel hacia arriba habitaban los dioses, hasta llegar al treceavo, en donde residía la dualidad divina Ometeotl-Omecíhuatl (masculino-femenina) principio de todo lo existente. Entre los mayas quichés de Guatemala esta divinidad dual fue Gucumatz;  Itzamná lo fue para los mayas de Yucatán; el Señor 1 Venado y la Señora 1 Venado, fueron la pareja divina de los mixtecos.
El inframundo, frío, húmedo, oscuro, femenino, ámbito de la luna y asociado con la muerte, constaba de nueve pisos. A él iban quienes morían de muerte natural, teniendo que pasar previamente por ocho pisos llenos de peligros, antes de llegar a su morada final: el Mictlan entre los nahuas o el Xibalbá de los mayas. En él habitaban, según los nahuas, la dualidad divina de la muerte: Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl. Sus animales simbólicos fueron el jaguar y la serpiente.
Esta geometría del universo correspondía a una concepción dual de contrarios que explicaba el orden y la dinámica del cosmos: arriba-abajo; masculino-femenino; cielo-inframundo; día-noche; luz-oscuridad; calor-frío; seco-húmedo; sol-luna; vida-muerte.

Entre los dos niveles anteriores se encontraba la superficie terrestre en la que habitaba el hombre junto con plantas, animales, astros, lluvias y vientos; con dioses invisibles u ocultos tras cuerpos extraños. La tierra era la región de confluencia y lucha entre los poderes del cielo y del inframundo.

La superficie terrestre era representada en forma de cruz, dividida en cuatro segmentos unidos en un centro cósmico, ombligo del universo. A cada segmento se le dio un color, se le identificó con un símbolo, y se le asignó un dios rector. Se creía que en cada una de las cuatro esquinas y en el centro se erguía un árbol, cuyas raíces se hundían en el inframundo y su tronco se elevaba hasta que su ramaje llegaba al nivel celeste. Estos árboles eran los caminos por los que bajaban y subían los dioses y sus influencias hacia la tierra. 
Las cuevas tuvieron un lugar muy importante en sus mitos. Asociadas muchas veces al seno materno, eran consideradas lugares por donde los pueblos nacían a la tierra desde el inframundo, lugar femenino por excelencia. Las montañas tuvieron también un valor simbólico, de manera que sus pirámides eran reproducciones de las montañas naturales, y representaban los tres niveles del cosmos.
La ubicación del hombre en el cosmos
El hombre mesoamericano se asumía como un ser creado por dioses deseosos de adoración, a quienes tenía que satisfacer con ofrendas y rituales. Al entregar su ofrenda pedía ayuda a los dioses, les agradecía por lo recibido o aplacaba su enojo. Además, debía contribuir con su esfuerzo y con su vida a la continuidad y renovación de los ciclos vitales de todo lo existente. Era un colaborador de los dioses.
Para el periodo Posclásico la herencia religiosa mesoamericana se combinó con la de los pueblos venidos del norte. Los antiguos dioses agrícolas debilitaron su imagen ante los recién llegados dioses guerreros como Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, dioses despóticos para quienes el bien más preciado comenzó a ser la sangre humana, razón que obligaba a los creyentes a ofrecer la propia o a buscar víctimas para el sacrificio. 
Cantos, bailes, sacrificios, juegos como el de “pelota y el “volador, y representaciones diversas de sus mitos, fueron los principales rituales. El autosacrificio se celebraba en la intimidad, como un acto personal de comunicación con los dioses. Se llevaba a cabo perforándose ciertas partes del cuerpo con espinas de maguey o agujas de hueso. Para los mexicas, la guerra florida cuya finalidad era capturar esclavos para el sacrificio, era un ritual que representaba la lucha cósmica entre el sol (Huitzilopochtli) y la luna (Coyolxauhqui) y las estrellas. 
El hombre se sabía un ser mortal. Los nahuas, por ejemplo, pensaban que había dos formas de morir: una era la muerte común, que remitía a los hombres al frío y oscuro Mictlán; y otra, la muerte con gloria en el ámbito de protección de un dios particular, a cuyo paraíso iría el difunto. Los muertos en combate, en parto, o sacrificados al sol, iban al Tonatiuh Ilhuicatl, paraíso de esta divinidad; los que tenían una muerte relacionada con el agua, morarían en el Tlalocan residencia de Tlaloc; los niños lactantes iban al Chichihualcuauhco.


Actividades de Aprendizaje
Aprendizaje
Ø  Utilización de procedimientos teórico-metodológicos para la identificación espacial y temporal de las culturas prehispánicas.

Actividad 1
DIBUJA UN MAPA DEL CONTINENTE AMERICANO, Ubica y delimita con precisión las tres áreas culturales en que se ha dividido al México prehispánico. Escribe sus nombres, características geofísicas y grupos humanos que se desarrollaron ahi , sus características. 

Actividad 2
Anota en el cuadro de abajo los datos y características de cada uno de los periodos en que se ha dividido para su estudio el desarrollo histórico de Mesoamérica.

                 Periodización del desarrollo histórico de Mesoamérica


Periodo

Fecha

Economía

Política

Sociedad












  












                            



Actividad 3
Completa el siguiente cuadro poniendo el nombre de algunas de las diversas culturas que se desarrollaron en Mesoamérica, anotándolas por periodo y subárea.


Culturas de Mesoamérica
Periodo
Altiplano central
Maya
Oaxaqueña
Golfo
Occidente


























Aprendizaje
Ø  Apreciación de los rasgos distintivos de la civilización mesoaméricana, identificando la continuidad histórica de algunos de ellos.

Actividad 4
Escribe los datos que faltan en el siguiente texto:
La __________   ____________ fue un largo proceso de desarrollo histórico que inició a partir del año 2 500 a. C., en la mitad _____ del actual territorio nacional. Estuvo formada por una gran diversidad de ___________ que compartieron características comunes.
La práctica de la __________ permitió el inicio de la vida ____________ de sus pobladores, convirtiéndose en la base de su ____________ y de su economía. Sus tres cultivos principales fueron _________, ____________ y ____________, cuyo consumo sigue siendo básico en la alimentación de la mayoría de los mexicanos. La herramienta utilizada fue la ____. A través de esta actividad básica los antiguos mexicanos establecieron una relación de armonía y respeto con la ___________. La propiedad de la tierra tuvo tres formas ___________, ____________ y ____________. De éstas, la propiedad ___________ se mantiene todavía entre los pueblos indígenas actuales.

Actividad 5
Indica si son verdaderas (V) o falsas ( F) las siguientes afirmaciones sobre algunas características de la civilización mesoamericana:
1.    El hombre mesoamericano se asumía como colaborador de los dioses    (    )
2.    El juego de pelota fue un ritual practicado solamente por los mexicas
 (    )
3.    La religión no tuvo relación directa con la economía y la política   (    )
4.    La superficie terrestre se representaba como un gran círculo       (    )
5.    La organización mantuvo siempre una forma igualitaria              (    )
6.    El tributo siempre fue pagado de manera colectiva                      (    )
7.    La producción artesanal y el comercio alcanzaron poco desarrollo  (    )
8.    El jade y el jaguar fueron dos elementos simbólicos importantes   (    )
9.    Los pueblos mesoamericanos no conocieron la escritura              (    )
10. Hubo gran desarrollo el uso de calendarios rituales y civiles         (    )


Bibliografía complementaria

BROM, Juan. (2007). Esbozo de Historia de México. México, Grijalbo.

VÁZQUEZ, Josefina Zoraida y otros. (2007. Historia de México.  México, Santillana.

Bibliografía
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BONFIL BATALLA, Guillermo. (1987). México profundo. Una civilización negada. México: Grijalbo/CONACULTA
BRANIFF, Beatriz. (1972). “Arqueología del norte de México”, en Los pueblos y señoríos teocráticos, el periodo de las ciudades urbanas. México: INAH.
CARRASCO, Pedro y Johana Broda. (1978). Economía, política e ideología en el México prehispánico. México: CIS/INAH/Nueva Imagen.
CASAS, Gonzalo de las.  (1944). Guerra de los chichimecas. México: Editorial Vargas Rea.
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CASTILLO FARRERAS, Víctor. (1972). Estructura económica de la sociedad mexica. México: IIH/UNAM.
FLORESCANO, Enrique. (1998). Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México. México: Nuevo Siglo/ Aguilar.
HERS, Marie-Areti. (1989). Los toltecas en tierras chichimecas. México: IIE/UNAM.
KIRCHHOFF, Paul. (1967). Mesoamérica, sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales. En suplemento de la revista Tlatoani. México: ENAH
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MANZANILLA Linda y Leonardo López Lujan. (2000). Historia Antigua de México. México: INAH-UNAM-Porrúa. 4 Vol.
MONJARÁS RUÍZ, Jesús, et. al. (19189). Mesoamérica y el centro de México. México: I






[1] Tomado de Sánchez Ramírez Coord.,( agosto 2011), Paquete didáctico para preparar el examen extraordinario de Historia de México I, UNAM.CCH-Sur

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